viernes, 14 de diciembre de 2018




Cuento Disney: Aladino

La leyenda de Aladino comienza en el Lejano Oriente, hace muchos años atrás. En la plaza de una ciudad, un muchacho menudo se la pasaba todo el día buscando comida para él y para su madre. Cierta tarde, se le acercó un señor de aspecto sobrio y traje elegante:
“Aladino. Aunque no me reconozcas, yo soy tu tío. Todos estos años me encontraba navegando por los mares y he llegado a acumular una gran riqueza, ahora quiero ayudarte a ti y a tu madre. Ven conmigo”.
Dicho aquello, el misterioso señor salió caminando hacia las afueras de la ciudad, y Aladino decidió seguirlo por curiosidad, pero también por todas las cosas buenas que le habían prometido. Cuando llevaban un buen rato caminando, el muchacho se percató de que su supuesto tío lo había llevado hacia un lugar apartado del desierto desde donde no se divisaban los edificios de la ciudad.
Tras permanecer un tiempo en silencio, el misterioso señor pronunció unas palabras extrañas alzando los brazos, y de repente, la arena comenzó a abrirse para dar paso a un estrecho, pero oscuro agujero. Aladino, sorprendido, no hacía otra cosa que mirar con los ojos bien abiertos todo lo que estaba sucediendo.




Querido sobrino, como puedes ver, ese agujero es muy estrecho y yo apenas puedo entrar. En cambio, tú si puedes hacerlo, así que ayúdame y busca en su interior una vieja lámpara de aceite. Anda, tráemela”
Aladino escuchó con desconfianza aquellas palabras, pero con tal de recibir la ayuda que le prometían, se adentró sin pensarlo en el agujero hasta descubrir un estrecho y oscuro pasadizo. Luego de caminar por unos minutos, el joven arribó a una cueva subterránea repleta de joyas, piedras preciosas y todo el oro del mundo que jamás hubiese sido capaz de imaginar. Al fondo de la cueva, se encontraba la lámpara de aceite que su tío le había pedido.
Con gran agilidad, Aladino saltó entre los cofres de joyas y agarró la lámpara, pero en ese momento, sintió que el suelo temblaba bajo sus pies. El lugar parecía que iba a derrumbarse de un momento a otro, así que el muchacho se dispuso a marcharse antes de que fuera demasiado tarde. Una vez en la entrada nuevamente, el señor de traje elegante le aguardaba:
“Dame la lámpara, muchacho. Apresúrate”
“Por favor, tío. Ayúdame a salir primero de este lugar”
“No seas imbécil. Entrégame la lámpara o morirás”
Pero no había terminado de decir aquellas palabras el señor cuando el agujero misterioso se cerró por completo, dejando prisionero a Aladino en la total oscuridad. Desesperado y con miedo, el muchacho se lamentaba de su suerte cuando de pronto, agarró entre sus manos la lámpara y la La leyenda de Aladino comienza en el Lejano Oriente, hace muchos años atrás. En la plaza de una ciudad, un muchacho menudo se la pasaba todo el día buscando comida para él y para su madre. Cierta tarde, se le acercó un señor de aspecto sobrio y traje elegante:
“Aladino. Aunque no me reconozcas, yo soy tu tío. Todos estos años me encontraba navegando por los mares y he llegado a acumular una gran riqueza, ahora quiero ayudarte a ti y a tu madre. Ven conmigo”.
Dicho aquello, el misterioso señor salió caminando hacia las afueras de la ciudad, y Aladino decidió seguirlo por curiosidad, pero también por todas las cosas buenas que le habían prometido. Cuando llevaban un buen rato caminando, el muchacho se percató de que su supuesto tío lo había llevado hacia un lugar apartado del desierto desde donde no se divisaban los edificios de la ciudad.
Tras permanecer un tiempo en silencio, el misterioso señor pronunció unas palabras extrañas alzando los brazos, y de repente, la arena comenzó a abrirse para dar paso a un estrecho, pero oscuro agujero. Aladino, sorprendido, no hacía otra cosa que mirar con los ojos bien abiertos todo lo que estaba sucediendo.
“Querido sobrino, como puedes ver, ese agujero es muy estrecho y yo apenas puedo entrar. En cambio, tú si puedes hacerlo, así que ayúdame y busca en su interior una vieja lámpara de aceite. Anda, tráemela”
Aladino escuchó con desconfianza aquellas palabras, pero con tal de recibir la ayuda que le prometían, se adentró sin pensarlo en el agujero hasta descubrir un estrecho y oscuro pasadizo. Luego de caminar por unos minutos, el joven arribó a una cueva subterránea repleta de joyas, piedras preciosas y todo el oro del mundo que jamás hubiese sido capaz de imaginar. Al fondo de la cueva, se encontraba la lámpara de aceite que su tío le había pedido.
Con gran agilidad, Aladino saltó entre los cofres de joyas y agarró la lámpara, pero en ese momento, sintió que el suelo temblaba bajo sus pies. El lugar parecía que iba a derrumbarse de un momento a otro, así que el muchacho se dispuso a marcharse antes de que fuera demasiado tarde. Una vez en la entrada nuevamente, el señor de traje elegante le aguardaba:
“Dame la lámpara, muchacho. Apresúrate”
“Por favor, tío. Ayúdame a salir primero de este lugar”
“No seas imbécil. Entrégame la lámpara o morirás”
Pero no había terminado de decir aquellas palabras el señor cuando el agujero misterioso se cerró por completo, dejando prisionero a Aladino en la total oscuridad. Desesperado y con miedo, el muchacho se lamentaba de su suerte cuando de pronto, agarró entre sus manos la lámpara y la acarició accidentalmente.
Al momento, apareció frente al chico una figura peculiar rodeada por una luz blanca. “Amo, soy el genio de la lámpara y tus deseos son órdenes para mí”. “¡Perfecto!” – exclamó Aladino – “Quiero regresar a casa”. De esa manera, no tardó más de un segundo para que el afortunado muchacho se encontrará junto a su madre. Por supuesto, antes de partir, se había asegurado de llenar sus bolsillos de joyas y piedras preciosas, y al llegar a casa pudo reunirse con su madre y contarle todo lo sucedido.
Con el paso del tiempo, Aladino pudo vivir cómodamente gracias a las joyas que había tomado de la cueva, pero un buen día, mientras se encontraba en el mercado de la ciudad, conoció a una hermosa joven que resultó ser la hija del Sultán. Enamorado profundamente de la belleza de la princesa, Aladino decidió frotar la lámpara una vez más para pedirle al genio que le concediera todo tipo de riquezas, carruajes finos y una legión de soldados.
Así lo hizo entonces su fiel sirviente, y esa misma tarde partió el chico rumbo al palacio para pedir la mano de la princesa en matrimonio. Por supuesto, la princesa también se enamoró de Aladino tan pronto lo vio, y de esa manera, el Sultán accedió con alegría a celebrar una boda real por todo lo alto.
Varios años después, mientras Aladino vivía felizmente con su esposa en el palacio, se acercó un buen día un mendigo a las puertas reales pidiendo limosna. La princesa, al verlo, no dudó un segundo en llevarle algo de comida y ropas. Sin embargo, lo que ella no sabía, era que aquel mendigo se trataba del tío malvado de Aladino, y su intención no era otra que la de raptar a la princesa para pedir a cambio la lámpara maravillosa.
Al enterarse de lo sucedido, Aladino tuvo una idea genial, y cuando por fin se encontró con su tío, le ofreció la lámpara a cambio de su amada esposa. Cuando la princesa se encontraba a salvo, el señor malvado frotó la lámpara para pedir que Aladino perdiera su riqueza y su felicidad, pero aquella lámpara no era mágica, sino que había sido engañado, y de esa manera los guardias lograron apresarlo y ponerlo bajo custodia para siempre.
Una vez juntos y felices, Aladino y la princesa retornaron al castillo, y vivieron el resto de sus días muy enamorados.






acarició accidentalmente.
Al momento, apareció frente al chico una figura peculiar rodeada por una luz blanca. “Amo, soy el genio de la lámpara y tus deseos son órdenes para mí”. “¡Perfecto!” – exclamó Aladino – “Quiero regresar a casa”. De esa manera, no tardó más de un segundo para que el afortunado muchacho se encontrará junto a su madre. Por supuesto, antes de partir, se había asegurado de llenar sus bolsillos de joyas y piedras preciosas, y al llegar a casa pudo reunirse con su madre y contarle todo lo sucedido.
Con el paso del tiempo, Aladino pudo vivir cómodamente gracias a las joyas que había tomado de la cueva, pero un buen día, mientras se encontraba en el mercado de la ciudad, conoció a una hermosa joven que resultó ser la hija del Sultán. Enamorado profundamente de la belleza de la princesa, Aladino decidió frotar la lámpara una vez más para pedirle al genio que le concediera todo tipo de riquezas, carruajes finos y una legión de soldados.
Así lo hizo entonces su fiel sirviente, y esa misma tarde partió el chico rumbo al palacio para pedir la mano de la princesa en matrimonio. Por supuesto, la princesa también se enamoró de Aladino tan pronto lo vio, y de esa manera, el Sultán accedió con alegría a celebrar una boda real por todo lo alto.
Varios años después, mientras Aladino vivía felizmente con su esposa en el palacio, se acercó un buen día un mendigo a las puertas reales pidiendo limosna. La princesa, al verlo, no dudó un segundo en llevarle algo de comida y ropas. Sin embargo, lo que ella no sabía, era que aquel mendigo se trataba del tío malvado de Aladino, y su intención no era otra que la de raptar a la princesa para pedir a cambio la lámpara maravillosa.
Al enterarse de lo sucedido, Aladino tuvo una idea genial, y cuando por fin se encontró con su tío, le ofreció la lámpara a cambio de su amada esposa. Cuando la princesa se encontraba a salvo, el señor malvado frotó la lámpara para pedir que Aladino perdiera su riqueza y su felicidad, pero aquella lámpara no era mágica, sino que había sido engañado, y de esa manera los guardias lograron apresarlo y ponerlo bajo custodia para siempre.
Una vez juntos y felices, Aladino y la princesa retornaron al castillo, y vivieron el resto de sus días muy enamorados.