domingo, 6 de enero de 2019


Cuento de Caperucita roja


Érase una vez una niña que era muy querida por su abuelita, a la que visitaba con frecuencia aunque vivía al otro lado del bosque. Su madre que sabía coser muy bien le había hecha una bonita caperuza roja que la niña nunca se quitaba, por lo que todos la llamaban Caperucita roja.
Una tarde la madre la mandó a casa de la abuelita que se encontraba muy enferma, para que le llevara unos pasteles recién horneados, una cesta de pan y mantequilla.
– “Caperucita anda a ver cómo sigue tu abuelita y llévale esta cesta que le he preparado”, –le dijo. Además le advirtió: –“No te apartes del camino ni hables con extraños, que puede ser peligroso”.
Caperucita que siempre era obediente asintió y le contestó a su mamá: – “No te preocupes que tendré cuidado”. Tomó la cesta, se despidió cariñosamente y emprendió el camino hacia casa de su abuelita, cantando y bailando como acostumbraba.
No había llegado demasiado lejos cuando se encontró con un lobo que le preguntó: – “Caperucita, caperucita ¿a dónde vas con tantas prisas?”Cuento de Caperucita Roja
Caperucita lo miró y pensó en lo que le había pedido su mamá antes de salir, pero como no sintió temor alguno le contestó sin recelo. – “A casa de mi abuelita, que está muy enfermita”.
A lo que el lobo replicó: – “¿Y d ó nde vive tu abuelita?”.
– “Más allá de donde termina el bosque, en un claro rodeado de grandes robles”. – Respondió Caperucita sin sospechar que ya el lobo se deleitaba pensando en lo bien que sabría.
El lobo que ya había decidido comerse a Caperucita, pensó que era mejor si primero tomaba a la abuelita como aperitivo. – “No debe estar tan jugosa y tierna, pero igual servirá”, – se dijo mientras ideaba un plan.
Mientras acompañaba a esta por el camino, astutamente le sugirió: – “¿Sabes qué haría realmente feliz a tu abuelita? Si les llevas algunas de las flores que crecen en el bosque”.
Caperucita también pensó que era una buena idea, pero recordó nuevamente las palabras de su mamá. – “Es que mi mamá me dijo que no me apartara del camino”. A lo que el lobo le contestó: – “¿Ves ese camino que está a lo lejos? Es un atajo con el que llegarás más rápido a casa de tu abuelita”.
Sin imaginar que el lobo la había engañado, esta aceptó y se despidió de él. El lobo sin perder tiempo alguno se dirigió a la casa de la abuela, a la que engañó haciéndole creer que era su nieta Caperucita. Luego de devorar a la abuela se puso su gorro, su camisón y se metió en la cama a esperar a que llegase el plato principal de su comida.
A los pocos minutos llegó Caperucita roja, quien alegremente llamó a la puerta y al ver que nadie respondía entró. La niña se acercó lentamente a la cama, donde se encontraba tumbada su abuelita con un aspecto irreconocible.
Cuento infantil de Caperucita Roja– “Abuelita, que ojos más grandes tienes”, – dijo con extrañeza.
– “Son para verte mejor”, – dijo el lobo imitando con mucho esfuerzo la voz de la abuelita.
– “Abuelita, pero que orejas tan grandes tienes” – dijo Caperucita aún sin entender por qué su abuela lucía tan cambiada.
– “Son para oírte mejor”, – volvió a decir el lobo.
– “Y que boca tan grande tienes”.
– “Para comerte mejooooooooor”, – chilló el lobo que diciendo esto se abalanzó sobre Caperucita, a quien se comió de un solo bocado, igual que había hecho antes con la abuelita.
En el momento en que esto sucedía pasaba un cazador cerca de allí, que oyó lo que parecía ser el grito de una niña pequeña. Le tomó algunos minutos llegar hasta la cabaña, en la que para su sorpresa encontró al lobo durmiendo una siesta, con la panza enorme de lo harto que estaba.
El cazador dudó si disparar al malvado lobo con su escopeta, pero luego pensó que era mejor usar su cuchillo de caza y abrir su panza, para ver a quién se había comido el bribón. Y así fue como con tan solo dos cortes logró sacar a Caperucita y a su abuelita, quienes aún estaban vivas en el interior del lobo.
Entre todos decidieron darle un escarmiento al lobo, por lo que le llenaron la barriga de piedras y luego la volvieron a coser. Al despertarse este sintió una terrible sed y lo que pensó que había sido una mala digestión. Con mucho trabajo llegó al arroyo más cercano y cuando se acercó a la orilla, se tambaleó y cayó al agua, donde se ahogó por el peso de las piedras.
Caperucita roja aprendió la lección y pidió perdón a su madre por desobedecerla. En lo adelante nunca más volvería a conversar con extraños o a entretenerse en el bosque.




Cuento de Pinocho


Había una vez, un viejo carpintero de nombre Gepetto, que como no tenía familia, decidió hacerse un muñeco de madera para no sentirse solo y triste nunca más.
“¡Qué obra tan hermosa he creado! Le llamaré Pinocho” – exclamó el anciano con gran alegría mientras le daba los últimos retoques. Desde ese entonces, Gepetto pasaba las horas contemplando su bella obra, y deseaba que aquel niño de madera, pudiera moverse y hablar como todos los niños.Tal fue la intensidad de su deseo, que una noche apareció en la ventana de su cuarto el Hada de los Imposibles. “Como eres un hombre de noble corazón, te concederé lo que pides y daré vida a Pinocho” – dijo el hada mágica y agitó su varita sobre el muñeco de madera. Al momento, la figura cobró vida y sacudió los brazos y la cabeza.
– ¡Papá, papá! – mencionó con voz melodiosa despertando a Gepetto.
– ¿Quién anda ahí?
– Soy yo, papá. Soy Pinocho. ¿No me reconoces? – dijo el niño acercándose al anciano.
Cuando logró reconocerle, Gepetto lo cargó en sus brazos y se puso a bailar de tanta emoción. “¡Mi hijo, mi querido hijo!”, gritaba jubiloso el anciano.
Los próximos días, fueron pura alegría en la casa del carpintero. Como todos los niños, Pinocho debía alistarse para asistir a la escuela, estudiar y jugar con sus amigos, así que el anciano vendió su abrigo para comprarle una cartera con libros y lápices de colores.
El primer día de colegio, Pinocho asistió acompañado de un grillo para aconsejarlo y guiarlo por el buen camino. Sin embargo, como sucede con todos los niños, este prefería jugar y divertirse antes que asistir a las clases, y a pesar de las advertencias del grillo, el niño travieso decidió ir al teatro, a disfrutar de una función de títeres.
Al verle, el dueño del teatro quedó encantado con Pinocho: “¡Maravilloso! Nunca había visto un títere que se moviera y hablara por sí mismo. Sin dudas, haré una fortuna con él” – y decidió quedárselo. Este aceptó la invitación de aquel hombre ambicioso, y pensó que con el dinero ganado podría comprarle un nuevo abrigo a su padre.
Durante el resto del día, Pinocho actúo en el teatro como un títere más, y al caer la tarde decidió regresar a casa con Gepetto. Sin embargo, el dueño malo no quería que el niño se fuera, por lo que lo encerró en una caja junto a las otras marionetas. Tanto fue el llanto de Pinocho, que al final no tuvo más remedio que dejarle ir, no sin antes obsequiarle unas pocas monedas.
Cuando regresaba a casa, se topó con dos astutos bribones que querían quitarle sus monedas. Como era un niño inocente y sano, los ladrones le engañaron, haciéndole creer que si enterraba su dinero, encontraría al día siguiente un árbol lleno de monedas, todas para él.
El grillo trató de alertarle sobre semejante timo, pero Pinocho no hizo caso a su amigo y enterró las monedas. Luego, los terribles vividores esperaron a que el niño se marchara, desenterraron el dinero y se lo llevaron muertos de risa.
Al llegar a casa, Pinocho descubrió que Gepetto no se encontraba, y empezó a sentirse tan solo, que rompió en llantos. Inmediatamente, apareció el Hada de los Imposibles para consolar al triste niño. “No llores Pinocho, tu padre se ha ido al mar a buscarte”.
Cuento para leer PinochoY tan pronto supo aquello, Pinocho partió a buscar a Gepetto, pero por el camino tropezó con un grupo de niños:
– ¿A dónde se dirigen? – preguntó Pinocho
– Vamos al País de los Dulces y los Juguetes – respondió uno de ellos – Ven con nosotros, podrás divertirte sin parar.
– No lo hagas, Pinocho – le dijo el grillo – Debemos encontrarnos con tu padre, que se ha ido solo y triste a buscarte.
– Tienes razón, grillo, pero sólo estaremos un rato. Luego le buscaré sin falta.
Y así se fue Pinocho acompañado de aquellos niños al País de los Dulces y los Juguetes. Al llegar, quedó tan maravillado con aquel lugar que se olvidó de salir a buscar al pobre de Gepetto. Saltaba y reía Pinocho rodeado de juguetes, y tan feliz era, que no notó cuando empezó a convertirse en un burro.
Sus orejas crecieron y se hicieron muy largas, su piel se tornó oscura y hasta le salió una colita peluda que se movía mientras caminaba. Cuando se dio cuenta, comenzó a llorar de tristeza, y el Hada de los Imposibles volvió para ayudarle y devolverlo a su forma de niño.
– Ya eres nuevamente un niño bello, Pinocho, pero recuerda que debes estudiar y ser bueno.
– Oh sí, señora hada, a mí me encanta estudiar – dijo Pinocho y al instante, le quedó crecida la nariz.
– Tampoco debes decir mentiras, querido Pinocho.
– No, para nada, nunca he dicho una mentira – pero la nariz le creció un poco más – ¡Y siempre me porto muy bien!
Pero al decir aquello la nariz le creció tanto, que apenas podía sostenerla con su cabeza. Con lágrimas en los ojos, Pinocho se disculpó con el Hada y le prometió que jamás volvería a decir mentiras, por lo que su nariz volvió a ser pequeña. Entonces, él y el grillo decidieron salir a buscar a Gepetto. Sin embargo, cuando llegaron al mar, descubrieron que el anciano había sido tragado por una enorme ballena.
Enseguida, se lanzó al agua, y después de mucho nadar, se encontró frente a frente con la temible ballena. “Por favor, señora ballena, devuélvame a mi padre”. Pero el animal no le hizo caso, y se tragó a Pinocho también. Al llegar al estómago, se encontró con el viejo Gepetto y quedaron abrazados un largo rato.
– Tenemos que salir cuanto antes, Pinocho – exclamó Gepetto
– Hagamos una fogata papá. El humo hará estornudar a la ballena y podremos escapar.
Y así fue como Pinocho y su padre quedaron a salvo de la ballena, pues estornudó tan fuerte que los lanzó fuera del vientre y lograron escapar a tierra firme. Cuando llegaron a casa, este se arrepintió por haber desobedecido a su padre, y desde entonces no faltó nunca a clases, y fue tan bueno y disciplinado, que el Hada de los Imposibles decidió convertirlo en un niño de carne y hueso, para alegría de su padre, el viejo Gepetto, y del propio Pinocho.

viernes, 14 de diciembre de 2018




Cuento Disney: Aladino

La leyenda de Aladino comienza en el Lejano Oriente, hace muchos años atrás. En la plaza de una ciudad, un muchacho menudo se la pasaba todo el día buscando comida para él y para su madre. Cierta tarde, se le acercó un señor de aspecto sobrio y traje elegante:
“Aladino. Aunque no me reconozcas, yo soy tu tío. Todos estos años me encontraba navegando por los mares y he llegado a acumular una gran riqueza, ahora quiero ayudarte a ti y a tu madre. Ven conmigo”.
Dicho aquello, el misterioso señor salió caminando hacia las afueras de la ciudad, y Aladino decidió seguirlo por curiosidad, pero también por todas las cosas buenas que le habían prometido. Cuando llevaban un buen rato caminando, el muchacho se percató de que su supuesto tío lo había llevado hacia un lugar apartado del desierto desde donde no se divisaban los edificios de la ciudad.
Tras permanecer un tiempo en silencio, el misterioso señor pronunció unas palabras extrañas alzando los brazos, y de repente, la arena comenzó a abrirse para dar paso a un estrecho, pero oscuro agujero. Aladino, sorprendido, no hacía otra cosa que mirar con los ojos bien abiertos todo lo que estaba sucediendo.




Querido sobrino, como puedes ver, ese agujero es muy estrecho y yo apenas puedo entrar. En cambio, tú si puedes hacerlo, así que ayúdame y busca en su interior una vieja lámpara de aceite. Anda, tráemela”
Aladino escuchó con desconfianza aquellas palabras, pero con tal de recibir la ayuda que le prometían, se adentró sin pensarlo en el agujero hasta descubrir un estrecho y oscuro pasadizo. Luego de caminar por unos minutos, el joven arribó a una cueva subterránea repleta de joyas, piedras preciosas y todo el oro del mundo que jamás hubiese sido capaz de imaginar. Al fondo de la cueva, se encontraba la lámpara de aceite que su tío le había pedido.
Con gran agilidad, Aladino saltó entre los cofres de joyas y agarró la lámpara, pero en ese momento, sintió que el suelo temblaba bajo sus pies. El lugar parecía que iba a derrumbarse de un momento a otro, así que el muchacho se dispuso a marcharse antes de que fuera demasiado tarde. Una vez en la entrada nuevamente, el señor de traje elegante le aguardaba:
“Dame la lámpara, muchacho. Apresúrate”
“Por favor, tío. Ayúdame a salir primero de este lugar”
“No seas imbécil. Entrégame la lámpara o morirás”
Pero no había terminado de decir aquellas palabras el señor cuando el agujero misterioso se cerró por completo, dejando prisionero a Aladino en la total oscuridad. Desesperado y con miedo, el muchacho se lamentaba de su suerte cuando de pronto, agarró entre sus manos la lámpara y la La leyenda de Aladino comienza en el Lejano Oriente, hace muchos años atrás. En la plaza de una ciudad, un muchacho menudo se la pasaba todo el día buscando comida para él y para su madre. Cierta tarde, se le acercó un señor de aspecto sobrio y traje elegante:
“Aladino. Aunque no me reconozcas, yo soy tu tío. Todos estos años me encontraba navegando por los mares y he llegado a acumular una gran riqueza, ahora quiero ayudarte a ti y a tu madre. Ven conmigo”.
Dicho aquello, el misterioso señor salió caminando hacia las afueras de la ciudad, y Aladino decidió seguirlo por curiosidad, pero también por todas las cosas buenas que le habían prometido. Cuando llevaban un buen rato caminando, el muchacho se percató de que su supuesto tío lo había llevado hacia un lugar apartado del desierto desde donde no se divisaban los edificios de la ciudad.
Tras permanecer un tiempo en silencio, el misterioso señor pronunció unas palabras extrañas alzando los brazos, y de repente, la arena comenzó a abrirse para dar paso a un estrecho, pero oscuro agujero. Aladino, sorprendido, no hacía otra cosa que mirar con los ojos bien abiertos todo lo que estaba sucediendo.
“Querido sobrino, como puedes ver, ese agujero es muy estrecho y yo apenas puedo entrar. En cambio, tú si puedes hacerlo, así que ayúdame y busca en su interior una vieja lámpara de aceite. Anda, tráemela”
Aladino escuchó con desconfianza aquellas palabras, pero con tal de recibir la ayuda que le prometían, se adentró sin pensarlo en el agujero hasta descubrir un estrecho y oscuro pasadizo. Luego de caminar por unos minutos, el joven arribó a una cueva subterránea repleta de joyas, piedras preciosas y todo el oro del mundo que jamás hubiese sido capaz de imaginar. Al fondo de la cueva, se encontraba la lámpara de aceite que su tío le había pedido.
Con gran agilidad, Aladino saltó entre los cofres de joyas y agarró la lámpara, pero en ese momento, sintió que el suelo temblaba bajo sus pies. El lugar parecía que iba a derrumbarse de un momento a otro, así que el muchacho se dispuso a marcharse antes de que fuera demasiado tarde. Una vez en la entrada nuevamente, el señor de traje elegante le aguardaba:
“Dame la lámpara, muchacho. Apresúrate”
“Por favor, tío. Ayúdame a salir primero de este lugar”
“No seas imbécil. Entrégame la lámpara o morirás”
Pero no había terminado de decir aquellas palabras el señor cuando el agujero misterioso se cerró por completo, dejando prisionero a Aladino en la total oscuridad. Desesperado y con miedo, el muchacho se lamentaba de su suerte cuando de pronto, agarró entre sus manos la lámpara y la acarició accidentalmente.
Al momento, apareció frente al chico una figura peculiar rodeada por una luz blanca. “Amo, soy el genio de la lámpara y tus deseos son órdenes para mí”. “¡Perfecto!” – exclamó Aladino – “Quiero regresar a casa”. De esa manera, no tardó más de un segundo para que el afortunado muchacho se encontrará junto a su madre. Por supuesto, antes de partir, se había asegurado de llenar sus bolsillos de joyas y piedras preciosas, y al llegar a casa pudo reunirse con su madre y contarle todo lo sucedido.
Con el paso del tiempo, Aladino pudo vivir cómodamente gracias a las joyas que había tomado de la cueva, pero un buen día, mientras se encontraba en el mercado de la ciudad, conoció a una hermosa joven que resultó ser la hija del Sultán. Enamorado profundamente de la belleza de la princesa, Aladino decidió frotar la lámpara una vez más para pedirle al genio que le concediera todo tipo de riquezas, carruajes finos y una legión de soldados.
Así lo hizo entonces su fiel sirviente, y esa misma tarde partió el chico rumbo al palacio para pedir la mano de la princesa en matrimonio. Por supuesto, la princesa también se enamoró de Aladino tan pronto lo vio, y de esa manera, el Sultán accedió con alegría a celebrar una boda real por todo lo alto.
Varios años después, mientras Aladino vivía felizmente con su esposa en el palacio, se acercó un buen día un mendigo a las puertas reales pidiendo limosna. La princesa, al verlo, no dudó un segundo en llevarle algo de comida y ropas. Sin embargo, lo que ella no sabía, era que aquel mendigo se trataba del tío malvado de Aladino, y su intención no era otra que la de raptar a la princesa para pedir a cambio la lámpara maravillosa.
Al enterarse de lo sucedido, Aladino tuvo una idea genial, y cuando por fin se encontró con su tío, le ofreció la lámpara a cambio de su amada esposa. Cuando la princesa se encontraba a salvo, el señor malvado frotó la lámpara para pedir que Aladino perdiera su riqueza y su felicidad, pero aquella lámpara no era mágica, sino que había sido engañado, y de esa manera los guardias lograron apresarlo y ponerlo bajo custodia para siempre.
Una vez juntos y felices, Aladino y la princesa retornaron al castillo, y vivieron el resto de sus días muy enamorados.






acarició accidentalmente.
Al momento, apareció frente al chico una figura peculiar rodeada por una luz blanca. “Amo, soy el genio de la lámpara y tus deseos son órdenes para mí”. “¡Perfecto!” – exclamó Aladino – “Quiero regresar a casa”. De esa manera, no tardó más de un segundo para que el afortunado muchacho se encontrará junto a su madre. Por supuesto, antes de partir, se había asegurado de llenar sus bolsillos de joyas y piedras preciosas, y al llegar a casa pudo reunirse con su madre y contarle todo lo sucedido.
Con el paso del tiempo, Aladino pudo vivir cómodamente gracias a las joyas que había tomado de la cueva, pero un buen día, mientras se encontraba en el mercado de la ciudad, conoció a una hermosa joven que resultó ser la hija del Sultán. Enamorado profundamente de la belleza de la princesa, Aladino decidió frotar la lámpara una vez más para pedirle al genio que le concediera todo tipo de riquezas, carruajes finos y una legión de soldados.
Así lo hizo entonces su fiel sirviente, y esa misma tarde partió el chico rumbo al palacio para pedir la mano de la princesa en matrimonio. Por supuesto, la princesa también se enamoró de Aladino tan pronto lo vio, y de esa manera, el Sultán accedió con alegría a celebrar una boda real por todo lo alto.
Varios años después, mientras Aladino vivía felizmente con su esposa en el palacio, se acercó un buen día un mendigo a las puertas reales pidiendo limosna. La princesa, al verlo, no dudó un segundo en llevarle algo de comida y ropas. Sin embargo, lo que ella no sabía, era que aquel mendigo se trataba del tío malvado de Aladino, y su intención no era otra que la de raptar a la princesa para pedir a cambio la lámpara maravillosa.
Al enterarse de lo sucedido, Aladino tuvo una idea genial, y cuando por fin se encontró con su tío, le ofreció la lámpara a cambio de su amada esposa. Cuando la princesa se encontraba a salvo, el señor malvado frotó la lámpara para pedir que Aladino perdiera su riqueza y su felicidad, pero aquella lámpara no era mágica, sino que había sido engañado, y de esa manera los guardias lograron apresarlo y ponerlo bajo custodia para siempre.
Una vez juntos y felices, Aladino y la princesa retornaron al castillo, y vivieron el resto de sus días muy enamorados.